viernes, 14 de noviembre de 2008

Egofilia

No se dónde tenéis los ojos. ¿ Es que no os dais cuenta? Me tenéis delante y os comportáis como si fuese alguien común y corriente. Y le pasa lo mismo al resto del mundo. No lo entiendo, la verdad. Yo, que desde la niñez comencé a destacar por mi inteligencia y sensibilidad, por mi capacidad de analizar a las personas, por mi sonrisa reconfortante, mi mirada desestabilizante, mi ser sublime … y resulta que me siento en un banco cualquiera de la calle y nadie siente la necesidad de sentarse a mi lado. ¡Ni siquiera cuando relajo levemente los parpados, fijo la mirada en cuarenta y cinco grados y esponjo los labios! ¡y la gente pasa y ni se inmuta! ¡ni macho ni hembra! No sabéis diferenciar.
Hay un tío que, al igual que yo, va a tomar café al salir del trabajo. También va con la ropa de batalla, pero a diferencia de mí, se nota que él es un currante común; no como yo, que pude ser alguien importante también a nivel profesional, pero las vicisitudes y mis principios me llevaron por estos derroteros. Bueno, el caso es que creo que me imita. Yo me siento al fondo del bar, abarcándolo, recostado sobre la barra y con el antebrazo derecho apoyado en ella y un cigarro que enciendo pero no fumo, porque se me acabaría antes. Café solo, como mi alma incomprendida. Mi pose denota la dureza con la que me trata la vida y, a su vez, la majestuosidad de un ser capaz de sobreponerse a cualquier varapalo. Me muestro así, humilde y generoso a cualquier mirada. Tengo tanto que ofrecer … Pues resulta que el tipo al que antes me refería, adopta una actitud similar a la mía. Me resulta casi sonrojante verle ahí, en su vulgaridad, encantado de conocerse y escupiendo simplicidad por los ojos. Me resulta difícil reprimir mis deseos de advertirle de su ridículo. Sin embargo me abstengo por la posibilidad de herir su sensibilidad.
Hasta ahí nada extraordinario, al fin y al cabo mi aura de criatura especial no sería visible sin la opacidad de la vulgaridad que me rodea. Lo que resulta sorprendente es que, incluso desde vuestra ignorancia, no seáis capaces de distinguir lo bello de lo anodino, lo humano de lo divino, a una guinda de un pepino … que no os postréis a mis pies. Es de suponer que no tenéis esa capacidad. Pero deberías amarme incondicionalmente, aunque no lleguéis a hacerlo a los niveles que puedo hacerlo yo. Porque yo puedo amar a niveles estratosféricos. Quizá aún no lo haya hecho, pero sólo necesito encontrar a alguien a quien pueda amar más que a mi mismo.

No hay comentarios: